Una excusa de los perezosos

Muchos predicadores perezosos se excusan de su pereza en prepararse con aquellas palabras de San Pablo: «Yo cuando fui a predicar, no fui con el prestigio de palabra elegante ni de sabiduría.
Me presenté débil, tímido, tembloroso y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría... para que la fe de los oyentes no se funde en la sabiduría del hombre sino en el poder de Dios» (1 Cor. 2,1-6).

Y esto lo decía a los Corintios que eran famosos por su elocuencia y orgullosos de ella... Pero un momento...

Esta objeción ha hecho a muchos muy perezosos para prepararse bien a la predicación y los ha dejado embobados en su ignorancia.

¿Pero es que ellos tienen el poder de hacer milagros que tenía San Pablo?

¿O poseen la gran virtud y la formidable santidad de este admirable apóstol?

¿O tienen un trato tan atractivo como lo tenía él, o el saber hacerse todo para todos?

¿O es que estos aman a Cristo con el apasionamiento que tenía Pablo por Jesús?

¿Nos atreveremos a compararnos con San Pablo en todo ésto? ...

Es verdad que San Pablo no se especializó en adornos literarios, pero nadie podrá decir que no profundizó en las doctrinas y que no preparó muy seriamente lo que tenía que enseñar. El no es ningún ignorante en los dogmas. Y nosotros tenemos que imitarlo en esa dedicación constante al estudio y meditación de lo que hay que enseñar a los demás.
El nos repite lo que dijo a Timoteo: «Dedícate con aplicación al estudio, y no olvides que la Sagrada Escritura es muy útil para todo» (San Juan Crisóstomo).

Segunda excusa: «No nos preparamos muy bien a predicar, pero nos dedicamos a dar buen ejemplo». Pues no basta, ya que Jesús dijo: «El que esto hiciere y enseñare» (Mt. 5,1 9).

No dijo solamente «el que esto hiciere». Es necesario también que el que tiene que enseñar se prepare bien para enseñar bien. Si el predicador es ignorante o no se ejercita en hablar bien, puede llevar a las almas a la derrota o a la desilusión.

No podemos ser ignorantes en lo que debemos enseñar ni descuidados en el modo de predicar la Divina Palabra (San Juan Crisóstomo).

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