Padre Diego Cabrera Rojas

Después de muchos años volví a estar en una fiesta de adolescentes y esta vez en el Puericultorio Pérez Aranibar. Les tomó 1 hora y media a los chicos y chicas animarse para bailar. Una gran sonrisa iluminó mi rostro al ver a estos 180 niños y niñas que como todos los años se juntaban para celebrar todos los cumpleaños del año y gozaban con limpieza su adolescencia fresca y vibrante.

Pasé 13 maravillosos años de mi vida en el Puericultorio, desde los 3 hasta los 16 años y este re-encuentro trajo a mi memoria lo grande que ha sido Dios para mí y el gran cariño que siempre me tuvo.

Mi vida ha sido una serie de milagros, manifiestos a través del amor de tanta gente buena que Dios puso en mi camino. He pasado por la vida de milagro en milagro y a esta altura de mi vida siento que a través de mí se obran esos pequeños y cotidianos milagros en las vidas de otros y otras.

Un milagro: Mi nacimiento. Nací en el Nororiente Peruano, en un pueblo llamado Camporredondo, Amazonas. Camporredondo sobrevive gracias al cultivo y venta del café. Mi padre era agricultor y también albañil. Se casó tres veces antes de hacerlo con mi Mamá (Las anteriores esposas murieron dando a Luz – Las condiciones sanitarias eran horribles). De su primera esposa tuvo una hija. Mi madre era su cuarta esposa y con ella tuvo siete hijos. Somos 4 varones y tres mujeres. Yo nací antes de cumplir los siete meses de embarazo, -parecía un pericotito- bromean de cuando en cuando mis hermanas. Mi Madre me amamantó gota a gota y pude sobrevivir.   Mamá murió cuando yo tenía 3 años.

Otro milagro: Mi pierna izquierda. Por jugar con mis hermanos me quemé la pierna hasta la rodilla. Gracias a los cuidados de mi abuelo Alejandro, experto en medicina natural y conocedor de las hierbas y tierras de la zona pude salvar la pierna. En Lima te la hubieran amputado, recuerdan mis hermanos.

Otro Milagro: La emigración. Para llegar a Lima tuve que viajar con mi tía aurora por diez días, atravesando la Cordillera Norte de oeste a este hasta llegar a Chiclayo y de allí viajar a Lima. Con mi tía Aurora y mi hermana Esperanza llegamos a Lima que le ayudaba en los quehaceres de la casa. Con la bendición de Papá y el dolor por la partida y porque debido a su pobreza no podía retenernos en Camporredondo.

Otro milagro: En el Puericultorio. A los seis meses de mi llegada a Lima por razones de trabajo pero sobretodo por pobreza, mi tía Aurora me internó en el Puericultorio Pérez Aranibar, una institución del estado que se encargaba de educar y formar a jóvenes huérfanos. Yo tenía tres años.

Otro milagro: Sobreviviendo en una soledad acompañada. De mi época en el Puericultorio guardo siempre gratitud y fuerza. Tengo buenos y malos recuerdos, como el abandonar la familia, mi sentimiento de soledad cuando niño porque no tuve visitas durante 3 años; las veces que mi tía impidió mi adopción en tres oportunidades. Estas y otras cosas las agradezco ahora con ternura.


En las épocas del orfanato y desde muy tierna edad tuve que aprender a cuidarme. Éramos tantos que había pocas posibilidades de recibir cariño y afecto. Las Hijas de la caridad de San Vicente de Paúl nos cuidaban hasta los siete años, luego nos pasaban a otra sección a cargo de los Clérigos de San Viator. Cada cambio traía una nueva soledad, miedo e inseguridad. Ahora compartía el nuevo dormitorio con otros 60 chicos. Algunos de los niños con los que había compartido los tres años anteriores vinieron conmigo y muchos otros eran nuevos y extraños para mí.


Pronto hice nuevos amigos que nos defendíamos, nos hablábamos y jugábamos juntos. Me gustaron los años de primaria y los dos años de media. Fue una época alegre y muy creativa. Los Campamentos en la playa los Reyes (Km 131 al sur de Lima) eran tiempos que esperábamos con mucha ansiedad y emoción. Eran dos semanas enteras de estar solos gozando del mar, la playa, la pesca y la atención de nuestras propias vidas bajo la guía cariñosa de los clérigos de San Viator y sus colaboradores que en ese entonces venían desde Quilmaná en Cañete. Las cosas buenas, creativas y felices duraron hasta que los misioneros de San Viator se retiraron del Puericultorio. La Sociedad de Beneficencia de Lima entregó la administración a distintos grupos de laicos. Poco a poco empeoraran las cosas.

Otro milagro: Alejado de la fe. Cuando estuvieron los misioneros de San Viator, recuerdo haber pensado en hacerme sacerdote, -hasta me hice acólito-, pero cuando se marcharon ellos lo olvidé. Por las injusticias que veía y mis ansias de hacer de la vida una vida igual para todos y todas, Dios dejó de interesarme y preocuparme; comenzó a interesarme más las actividades políticas y los proyecto de entonces. Recuerdo haber tenido compañeros apristas, cerrados, palabreros y dogmáticos que a la hora de la acción se hacían a un lado; yo quería ser distinto de ellos. Quería pertenecer a un movimiento que cambie la sociedad. En el Cuarto año de secundaria tuve que participar en una acciones de protesta estudiantil para mejorar las condiciones de atención a los estudiantes. La administración no parecía interesarse por los problemas de vivienda, alimentación, estudios y salud de entonces. El año siguiente organizamos protestas para mejorar las condiciones reinantes. Formé parte de un grupo de 8 organizadores. Expulsaron a 6 por los problemas anteriores y 2 nos quedamos, así terminé la secundaria y dejé el Puericultorio para enfrentarme a la vida en esta nueva dimensión.

Otro milagro: En una sociedad fría y hostil. Al Salir del Puericultorio, no tenía muchas esperanzas de llegar a ser un profesional, pero sabía que era listo para sobrevivir en lo que emprendiese. Comencé a trabajar en la tipografía, especialidad gráfica que había empezado en la secundaria. Trabajé con la esperanza de ingresar a una universidad. A los 18 años, fui reclutado forzosamente y tuve que hacer el servicio militar en la marina de guerra. Estando allí, un amigo me contó que si ingresaba a la Universidad San Marcos podía estudiar gratis. Estudié mucho durante mis guardias y al salir postulé e ingresé. Quería ser un buen Psicólogo, al servicio de los y las más pobres y por eso trabajaba de día y estudiaba de noche para titularme en psicología.

Otro Milagro: Apresado. A los 3 años de estudiar en la universidad se interrumpieron mis estudios. Una noche que visitaba en su casa a un amigo del Puericultorio y mientras miraba con él las noticias en la TV escuché que los guerrilleros de Sendero Luminoso habían asaltado una comisaría en Miraflores y habían matado a dos policías. Me despedí rápido presagiando algo malo pero tuve que quedarme a la insistencia de mi familia adoptiva. En pocos minutos una docena de hombres armados con metralletas irrumpieron en la casa. Mi amigo y yo fuimos apresados e interrogados durante doce días. En varias ocasiones fui golpeado y tuve que llevar puesto en la cabeza, día y noche, una capucha negra. Más tarde me enteré que el hermano de mi amigo estaba involucrado en las actividades de Sendero.

Otro Milagro: Rescatado. Por aquella fecha, habían detenido a un sacerdote Francés de la orden de los Canónigos Regulares de la Inmaculada Concepción que trabajaba en Cajamarca defendiendo los bosques de los inescrupulosos madereros, y también lo habían acusado de terrorismo. Su paz, su oración constante y su defensa de los otros detenidos, su calma frente a los insultos y su ejemplo de vida me impresionó mucho. Eso me ayudó a rezar de nuevo después de ocho años. Cuando me dejaron en libertad empecé de nuevo a pensar en quizás hacerme sacerdote, uno como él.

El Sacerdote me impresionó por su tranquilidad. Cada día por la mañana rezaba. Un día lo dejaron sin capucha. Había con nosotros en el cuarto una mujer. Entraron los policías, la patearon, la golpearon y la insultaron. Él protestaba y la defendía, luego se volvieron hacia él y le insultaron tratando de enojarlo, pero él sólo los miraba y se quedaba callado.

Otro Milagro: Y siempre estuvo allí. Luego que me liberaron, mi empleador que era una persona muy buena me devolvió el empleo. Un coronel que tramitó mi libertad me aconsejó retirarme de la universidad por unos años. Me advirtió que cada vez que hubiese disturbios yo sería arrestado como un sospechoso. Acepté su consejo. Dejé la universidad y me entregué a mi trabajo de como gráfico. Al poco tiempo, Conseguí trabajo en un colegio técnico enseñando Artes Gráficas. Me fui reconciliando con la idea de que así sería mi vida. Tenía mi enamorada, pensaba casarme y tener una familia con muchos hijos a quienes querer sin descanso.

Otro Milagro: de vuelta en Casa. Unos años después de salir de la Prefectura de Lima -lugar de mi detención abusiva y centro de torturas-, participé en un grupo parroquial, al que llegué gracias al fulbito y las acciones sociales de nuestra gente del barrio que participaba en la parroquia. Después empecé a imprimir libritos para ellos y de a pocos me fui metiendo en el coro donde tocaba guitarra. Luego participé en el grupo de liturgia de la capilla. Mis conversaciones con la Hermana María Mulqueeney de las Misioneras de San Columbano me fueron ayudando a redescubrir mi fe. Empecé a formarme en la escuela de catequesis de la diócesis, para poder preparar a otros jóvenes para la Confirmación. A los 25 años decidí que mi vocación era hacerme sacerdote. Me uní a un grupo de 10 jóvenes que estaban discerniendo su futuro con el Sacerdote Columbano P. Francisco Reagan.

Otro milagro: Conociendo la casa. Mi primera experiencia con los Misioneros de San Columbanos me marcó. El verlos trabajar entre los más pobres de la ciudad me inspiró. Ellos tenían la habilidad de devolverle a la gente su dignidad y crear un ambiente de pertenencia a una familia. El carisma Columbano y su manera de vivir y animar a la gente hizo que me uniera a ellos como seminarista. Dejé el trabajo y todos los proyectos detrás para hacerme uno de ellos. Vivir y trabajar con los sacerdotes en sus parroquias me facilitó para hacer luego lo mismo en mis trabajos misioneros. La vida continúa con todos los problemas de mi vida, pero la fe me ayuda a comprenderlos y encararlos con mayor alegría y libertad. El vivir y experimentar la misión me ayuda a aceptar mis propias limitaciones, a quererlas y a entregarme con mayor energía a la construcción del Reino de Justicia que el Resucitado nos enseñó a buscar y a construir. Luego de compartir la responsabilidad de conducir al grupo Columbano en el Perú por tres años, estoy listo para la nueva misión que me tiene preparada el Dios de la Vida.
Espero que al final de mi vida pueda decir con San Pablo: “He hecho lo que tenía que hacer”, para Gloria del Dios Vivo.

Paz y Alegría en el Dios de la Vida

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